En el día que nuestro país celebra a los periodistas deportivos, nos dimos el gusto de entrevistar a un experto en la materia: Jorge Luna Arrieta.
Consagrado periodista con una ductilidad que le ha permitido no sólo desenvolverse, sino sobresalir en diversos ámbitos. Fue redactor en revistas como El Reporte de Córdoba (1997) y Doble de Córdoba (2001), conductor de programas radiales dedicados al deporte, relator de carreras de automovilismo, partidos de voley, básquet y fútbol; y conductor televisivo.
Actualmente, es redactor en la sección Deportes del diario "Día a Día" y de Mundo D (La Voz), y comentarista en las transmisiones de partidos de básquet de Atenas y de Instituto.
Así mismo, lleva su sabiduría al aula: es profesor en el Centro de Estudios e Investigación en Comunicación Social (Ceicos), y en Mariano Moreno Instituto Superior.
Cuando le preguntamos el origen de su idilio con el periodismo deportivo, evoca nostálgico su infancia: “Desde que tengo memoria que me gustó. Mis dibujos eran todos de partidos de fútbol. Me encantan los acontecimientos deportivos por toda la pasión que despierta en las personas. Son una gran usina de historias de superación, de encuentros”. Incluso se anima a compararlos con la plataforma de películas y series más consumida a nivel mundial: “Hay acción, hay drama, hay amor, hay duelos titánicos que nos hacen ver que los límites están para superarse. Si lo pensás un ratito, es todo lo que Netflix tiene para ofrecerte”.
Y así como hoy él es referente para colegas y estudiantes, tuvo su propio mentor: “Empecé a trabajar como periodista deportivo en septiembre de 1996, de la mano del maestro Rubén Torri, que fue quien me abrió la puerta en esto y me enseñó un montón. Maestro en serio”, afirma orgulloso.
Se rehúsa a pensar que especializarse en deporte, implica ser incapaz de desenvolverse en otros espacios de la comunicación: “Reniego en eso de distinguir al periodista deportivo del resto del periodismo. El periodismo es uno sólo y hay que estar los suficientemente formado e informado para desarrollar la profesión”. Y resalta: “El periodismo deportivo sirvió de escuela a muchos periodistas políticos que hoy están entre los mejores considerados del periodismo argentino. Lo que el periodismo en deportes te da es la posibilidad de trabajar con todos los géneros y con una adrenalina que te deja muy bien preparado para cualquier desafío”.
Luna Arrieta asegura que en la actualidad prevalece la opinión del comunicador por encima de la información objetiva: “Se opina demasiado y se lo hace desde la concepción de tribuna. No hay análisis profundo. Y todo parte de la falta de conocimiento de las temáticas sobre las que se habla. Se analiza todo a partir del resultado. Es una mirada muy chiquita, egoísta y demagógica. Eso no es periodismo”, sentencia.
Respecto al creciente rol que tienen las tecnologías en materia de información y comunicación, considera que el principal desafío del periodista es incorporarlas. “Los cambios son cada vez más veloces y no te terminás de acomodar a algunas herramientas que, en el corto plazo, se vuelven obsoletas”. Además, distingue un importante cambio en la figura del periodista: “Antes, estaba en un pedestal en el que su opinión era lo único que valía. Hoy el público te responde automáticamente a través de las redes sociales. Y no perdona los errores”.
Expertos en comunicación aseveran que las audiencias han pasado de ser meros consumidores, a ser prosumidores que se informan y generan contenidos. Esto repercute de manera directa en el ejercicio de la profesión y Luna Arrieta lo confirma: “El nivel de exigencia es realmente alto porque hoy, con tanto acceso de la información, se ven muchos fanáticos que saben más que los periodistas. Eso no debería ocurrir. Siento que los periodistas no terminamos de tomar dimensión de este fenómeno. Y eso hace que nuestra profesión vaya perdiendo peso específico. Necesitamos dar un salto de calidad”.
Antes de finalizar, nos regala una divertida anécdota: “Cuando comencé, a mis 21 años, Torri me hacía escribir todo lo que iba a decir. Tenía que leer desde el saludo inicial hasta mi despedida. Y, de a poco, él me iba soltando la rienda. La primera vez que me dejó improvisar el saludo se me mezcló entre decirle ‘cómo le va’ y ‘cómo anda’. ¿Qué dije al aire? ‘Cómo le anda’. Me imagino que me puse rojo de vergüenza y encima todos mis compañeros estaban tirados en el piso de la risa. ‘Y... todavía funciona’ me contestó Rubén, un fenómeno”.